Desde este punto en el que ni vamos ni venimos parece un poco inverosímil la existencia de un caos de vuelta producido por la ida, pero, como ya lo hemos estudiado antes, el hombre de ese tiempo amaba las anclas y entre más pesadas fueran más seguros se sentían. El estudiante se estará preguntando por la razón que invirtió el supuesto flujo de pensamiento (que ahora sabemos no fluye), y la respuesta es muy simple, una vez sentado en un campo lleno de naranjos, un hombre acabado de nacer se preguntó de dónde venía y luego le cayó una naranja en la cabeza. Después del golpazo se encerró en su iglesia a elaborar una teoría química sobre la proveniencia del hombre y llegó a la conclusión de que indudablemente nuestra especie venía de un principio y se dirigía hacia un final, por lo que el pensamiento debería caer desde una zona de alta concentración de alturas a una de menor concentración y que su finalidad era hacer crecer lo bajo pués seguramente era también una altura caída.
Luego de colgar su teoría en la puerta de la iglesia, el mundo empezó a fabricar instrumentos para restaurar lo bajo a su supuesto orden natural de alto y fue así como los pisos del mundo se elevaron y los hombres creyeron alcanzar el equilibrio cuándo después de varios milenios ninguna naranja volvió a caer de lo alto.
Eones después un descendiente de aquel hombre recién nacido, que estableció aquella verdad teórico-práctica, sería quién invirtiera el flujo de pensamiento. Un día observó con estupor cómo una naranja salió de su cabeza adolorida y se pegó a la rama de un naranjo, el dolor en la cabeza de este hombre disminuía proporcionalmente a la cercanía del fruto al árbol, por lo que con celeridad apremiante se encerró en su consultorio a elaborar una nueva teoría en la que se estableció que el hombre primero va y luego viene. Muchos libre pensadores apoyaron su replanteamiento del orden natural y empezaron a bajar las alturas, pero muchos otros conservadores se empecinaron en mantenerlas arriba. La pugna duró varios eones más y el mundo se convirtió en una colección de trincheras altas y bajas de dónde bajaban y subían naranjas con regularidad.
La guerra cítrica se mantuvo hasta que cierto día todas las naranjas se quedaron como muertas en el espacio que quedaba justamente en el punto medio entre las cabezas humanas y los naranjos.
Este fenómeno que dura hasta ahora nos hace comprender que ni venimos ni vamos sino que justamente ya estamos.
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