martes, 28 de abril de 2009

Cuando hay ratas en la casa

Esa mañana se despertó sentado. Hacía ya dos semanas que se venía despertando de la misma manera, sin ninguna explicación que satisfaciera sus cuestionamientos. Advirtió que el reloj despertador no estaba en la mesita de noche, donde debía estar, escudriñó la habitación en busca del aparatejo y lo encontró bajo su cama, al lado de las arrastraderas. 
Que raro, pensó, pero se convenció de que en la noche lo había tumbado de la mesita mientras dormía. 

espera

Me gusta cerrar los ojos antes del ocaso y acariciar el aire que se derrama en mis pulmones con la última luz de sol que se lanza contra mis párpados. Sentir la fragancia de la muerte, esperar, como todos esperan, y escrutar el viento en busca del despetar estelar, acallar mi mente hasta que los susurros placenteros de los vientos laman mis oídos y se ciñan sobre mi cuerpo desnudo, sentir la piel del mundo y su tacto etéreo. Ser testigo de la rendición eterna y constante que encierra cada atardecer y participar de esa agonía última consumiendome en el resplandor final. Esperar. Esperar. Esperar. Escuchar los emisarios de las estrellas empezar sus cantos, abrir los ojos y respirar. Sentir la luz lejana del primer lucero y nacer de nuevo para las luces de otros cielos.