domingo, 30 de septiembre de 2012

Cuento incompleto con final de rendición.

Los ruidos extraños en el patio común eran algo cotidiano en el condominio. Los niños no se atrevían a traspasar las puertas por el sin número de pequeñas leyendas que se habían forjado en torno a los sucesos. Eran duendes y fantasmas, almas en pena, brujas cazando ratones para sus conjuros, el loco de la ciudad destajando gatos, las cocineras de la escuela buscando ingredientes entre los nidos de cucarachas, tesoros enterrados, el espíritu de un cacique que había muerto hace nosequecientos años. En todo caso, el patio, antes recinto sagrado de juegos y espectáculos diversos, era ahora lugar desierto, cuna de terrores que hasta a los adultos espantaban. Todos los días a eso de las 11:11 pm los más pequeños se encontraban en sus respectivas camas bajo sus pesadas cobijas, sin atreverse a mover un pelo ni a espiar por ninguna rendija que permitiera al amenazador espacio exterior entrar a +`¡¡¡¡¡¡¡bien construidas burbujas-fortalezas personales. No dejaban ni un solo pedazo de su cuerpo fuera. Por su parte los adultos dejaban las luces encendidas.
No pasaba noche en la que los ruidos como de ballenas ancladas interrumpieran al unísono toda la madeja de pensamientos que se entretejían en el edificio.
Empezaron un 23 de Abril, y en Agosto ya se habían creado comisiones vecinales de todo tipo para investigarlos, incluso se había dispuesto una brigada antisonido después de las 23:00 horas, con castigos que incluían el aseo de todas las escaleras, que no eran pocas, o la elaboración de canciones para los asensores.
La patrulla estaba conformada casi en su totalidad por la familia Matamoros, el señor Matamoros, antiguo coronel del ejército, la presidía, todos los días a las 22:30 apagaban las luces de las áreas comunes, salían con linternas y pitos a recorrer la vecindad, y al día siguiente exponían en una cartelera los nombres de aquellos vecinos que se encontraran afuera a esas horas como posibles responsables. El patio común era su base de operaciones, allí  se sentaban junto a la parrilla y esperaban atentos. Se había establecido que cada una de las 5 puertas que daba al patio central debía estar vigilada por al menos 2 personas, con cámaras fotográficas y palos. En la puerta principal la señora Efrigenia de Matamoros, con su hija mayor, Efrigensita, se acomodaban en sendos sillines de cuero que habían mandado hacer en París justamente para cumplir con tan importante responsabilidad encargada por la junta de copropietarios, también habían hecho bajar dos televisores para no perder de vista sus novelas preferidas mientras por el rabillo del ojo vigilaban. En la siguiente puerta, el menor de los Matamoros, Efraín, junto con su mejor amigo había armado una tienda de campaña con redes y rifles de copa en la entrada, prestos a ser utilizados. Los demás barones Matamoros, presas de los típicos comportamientos de adolescentes, se encargaban de sus respectivas puertas con desgano y apatía, esperando poder volver a sus casas lo más pronto posible. Tras dos semanas de operación de esta intrincada patrulla nocturna, los Matamoros habían identificado a 43 posibles sospechosos, cada uno perteneciente a 43 casas distintas, habían tomado fotos de cada uno de ellos en diversas actividades después de las 22:30, unos paseaban los perros misteriosamente, otros sacaban la basura, los más jóvenes andaban con sus parejas escondiéndose en los recovecos y un largo etcétera. El caso es que aún con la patrulla nocturna y sus investigaciones, los ruidos no cesaban.
En la junta de copropietarios del 19 de Septiembre se acordó impedir la salida o entrada a cada una de las 43 casas después de las 22:00, y establecer una brigada permanente de vigilancia de los 43 sospechosos, estos por su parte, cada uno convencido de que seguramente el culpable era alguno de los otros 42 se acogieron sin chistar a las desmesuradas medidas.  La primera semana en que se aplicó el correctivo, los molestos sonidos dejaron de escucharse, por lo que se tuvo a bien mantenerlo por al menos otras dos semanas. Lastimosamente al culmen de la primera, los ruidos regresaron.
En una reunión extraordinaria de inquilinos se dispuso ordenar la expulsión de los 23 vecinos que según las brigadas de vigilancia seguían manteniendo comportamientos sospechosos y continuar con lo que había funcionado bien hasta ese momento.
Ni las brigadas, ni las patrullas, ni los castigos impidieron que justo a esa hora se produjera algún ruido extraño que alertara a la mayoría de los vecinos.

Debido a que ninguna de las medidas adoptadas ofreció una solución definitiva, los vecinos optaron por acostumbrarse a los ruidos extraños y se empeñaron en disfrazarlos.

 Los televisores se ponían a todo volumen, los adultos simulaban conversaciones escandalosas para distraerse a ellos mismos y en general todas las casas hacían un minicarnaval a las 11:11 que coincidía en un gran bullicio programado todos los días a esa hora en esa esquina de la ciudad.
El condominio colindaba con otros 4 edificios en una manzana céntrica de la ciudad, los vecinos ya se habían acostumbrado al ruido programado y luego de 3 meses dejaron de llamar a la policía. Igual, los guardianes de la ley lo único que podían hacer era hacerles un llamado de atención y citar a cada uno de los inquilinos para dar las respectivas declaraciones en la comisaría, lo que tomaba exactamente 23 días laborales hábiles  y 79 expedientes. Claro que en cada uno de esos archivos se podían encontrar las historias más absurdas para encubrir el asunto, la mayoría por supuesto le echaba la culpa a los de al lado. Entre las declaraciones más extrañas se encontraba la de la familia Páez, el señor Páez, dijo, bajo gravedad de juramento que hacían ruído justo a esa hora porque de esa manera ahuyentaban a los ladrones. Cuando se le preguntó por los objetos robados, dijo que todos los números de su casa habían desaparecido una noche en la que habían apagado el equipo de sonido justo a esa hora, ni los teléfonos, ni las calculadoras,ni los controles remotos, ni los computadores quedaban con teclas numéricas; incluso los de la puerta de la casa se habían perdido. El testimonio de la familia casas, por otro lado, daba cuenta de un misterioso fenómeno que acontecía cuando dejaban de sonar las cacerolas justo a la hora indicada, las sillas cambiaban de lugar en el apartamento. La familia Valenzuela lo hacía porque le parecía una bonita tradición que valía la pena mantener. El señor Barragán, muy devoto de los santos de los últimos días, confesaba que cantaba con su megáfono para celebrar la aparición de Jesús en la arboleda de su casa, que se había producido justamente un 23 de Abril  a esa hora, como constancia de la aparición dejaba fotos y testimonios de sus compañeros mormones. El programa favorito de televisión de los García empezaba justo a esa hora y como eran medio sordos tenían que subir mucho el volumen, o al menos así constaba en el testimonio judicial.

Nunca nadie supo cómo comenzaron los ruídos extraños, pero esa ciudad se convirtió en el único lugar del planeta en dónde hacían carnaval no en una fecha específica cada año, sino en una hora específica todos los días.

Aguacero.

No.

Si.

No... si.

Tal vez..

Indecisión, bocanadas de luz.

Decepción, esperanza, quizás, tal véz, no se. ¿Será?

Ya es, aceptación, rechazo, no puedo esperar más. Ardor. No se si lo quiero ahora, si lo querré después. Ahora un noseque escapa a mis palabras, no se deja encarcelar en mis definiciones, en los límites de mis espacios, ajeno a mi. Retumba, eco. Será, tal vez, no se, avalancha, desesperación, certeza de lejanía, no es tal vez, lo se. Amor, bum. Estalla, cae, desaparece, miedo a la soledad, miedo a estar acompañado. Terror, función maquinal para destripar vísceras.

Espera, esperanza, fuego, lluvia... quizás, tal vez, no se.

Esperar esperanza.

Espera.


domingo, 2 de septiembre de 2012

Juego.

Mi generación no habla de si misma, no conoce gregarismos y ha estado acá desde el origen de los tiempos.  Mi generación odia que la llame mi generación e incluso escapa de cualquier agrupamiento temporal, huye de los paréntesis y de las fechas consentidas. Mi generación no tiene un año específico, no busca salvar el mundo ni arrreglar lo que los de antes o después nos dejaron. No quiere rehacer nada, nisiquiera busca impedir que se termine de dañar algo.
Mi generación no es mi generación, está ansiosa por ver al mundo acabar, desconfía de revelaciones y finales, está ausente de peleas ideológicas y de batallas por libertades. Mi generación entiende que lo que es debe ser, desconoce el bien y el mal, huye de puntos finales y verdades últimas.
Mi generación no busca ninguna salvación, no le interesa iluminarse, ni encontrarse, ni entenderse... mi generación huye de las palabras, se esconde de las perras negras que la limitan, mi generación es asesina, benévola y hambrienta, rica, opulenta y superficial, mi generación no es nunca la misma. Mi generación cambia a cada segundo y se traga el tiempo, porque mi generación ha estado acá siempre.
Mi generación es la generación a la que no importa nada, aquella que vive porque está viva, aquella que siente porque puede sentir y aquella que odia encerrarse en abstracciones.  Mi generación construye castillos en el aire por el solo placer de verlos caer. Mi generación es la generación que juega, que ha jugado y que seguirá jugando.