domingo, 28 de junio de 2015

Soy digno de mi.

Desde los pantanosos terrenos de la razón, señora regente, usurpadora del trono:

Elevo mi voz contaminada, contagiada de ciudad, de propaganda y control social, para limpiarla.
Mi voluntad, única, refulgente al sol, está dispuesta a dar la batalla por mi consciencia. Soy digno de mi.
La mesa está servida, durante años he alimentado a la bestia, me hice uno con ella y sus metas fueron mis metas, sus caminos mis caminos y sus pensamientos mi cárcel. Mi frustración el plato fuerte.
Al buscar una salida de la realidad consensuada no estaba huyendo de la bestia, le estaba buscando la cara para verla frente a frente, universo contra universo.
Llega el momento en que me pregunto si los hallazgos han valido la pena, si la soledad ha sido un precio justo por ganar mi derecho a desnudar mi rostro frente al espejo.
Luchar es perder el tiempo, el juego está amañado, si apuestas contra el orden imperante te conviertes en su servidor más fiel. Si miras desafiante en los ojos de la bestia te conviertes en un engranaje de su maquinaria. Escojo mirarla sin juicio en mis labios y asombro en mis ojos.
Erguido frente a los robóticos ojos, cubierto del asfixiante aroma citadino, contaminado por su comida y su mandato ponzoñoso, ejerzo con absoluta liviandad mi soberana voluntad.
Renuncio a luchar con mis pensamientos, los acepto todos como lo que son, vestidos prestados con los que tapar mi desnudez.
Saludo con placer desbordado la imagen desprovista de sentido, completamente inútil, inservible que me devuelven los ojos que son mi espejo; los callejones de la razón no son más mi tablero de juego. Renuncio al mundo para construirme un alma.
No reconozco enemigo alguno, soy todo lo que es.
Escojo jugar como niño, reir como niño y llorar como niño, cantar y bailar.

Un otro una mañana

Con la pesadez de la mañana extrañamente ausente, Carlo se quitó las cobijas de tajo y las arrojó al piso, se incorporó violentamente y desnudo como estaba corrió hasta el cuarto de baño, del que no lo separaban muchos pasos. Abrió la ducha y se puso directamente bajo el agua, sin siquiera tantear con el pie la temperatura. El estremecimiento por el choque frío le hizo recuperar momentáneamente la cordura cotidiana y por poco alejarse del chorro, pero la fuerza que lo había invadido se impuso y lo obligó a soportar el baño junto a la presencia lejana de un otro, primerizo en su cuerpo.
Esa especie de locura matutina era superior a cualquier momento que pudiera recordar en dónde su voluntad ganara a la inercia diaria, por lo que descartó que fuera él quién imprimiera la fuerza suficiente para hacer lo que muchas veces había planeado. Sin espacio casi para hacerse preguntas, y con la mayoría de sus pensamientos ateridos, se abandonó completamente a la sinrazón, que en esos instantes lo obligaba a vestirse rápidamente, y a bajar las escaleras corriendo para darle de comer al gato, tarea que hizo con una atención inusitada y una limpieza de movimientos tal que parecía como si fuese la primera vez que usara sus manos para coordinarlas con las tensiones sutiles del cuello, los pies y la cadera.
Cada acción ejecutada, generaba un continuo asombro que ordenaba a su mente adherirse a explicaciones místicas o historias orientales que explotaban sin reparo en los resquicios cada vez más cerrados del otrora inabarcable presente. Cuando dejó de pensar, tal como había leído en un libro de meditación, vio a su mente cual lobo domesticado, con la cola entre las patas replegada en una esquina en espera de ser llamada, y a su cuerpo liberado del peso de años de tormento danzar en cada movimiento.


Sobre la puesta en escena de Romeo y Julieta.


Es difícil hablar de algo que todavía vive en el corazón, y siento viva la tragedia de Romeo y Julieta ahora mientras hago parte del grupo de personas en la historia de la humanidad que han tenido el placer de representarla.
La puesta en escena en la que participo, cuya pretensión es acercar a nuestra realidad temporal y cultural las palabras de Shakespeare, el inventor de lo humano, me ha obligado en varias ocasiones a centrar la atención no en la obra en sí, sino en aquello que resuena en mí, los lugares de mi pasado que traen a colación ciertas frases o escenas específicas.
Necesariamente en la famosa escena del balcón, que en nuestra versión es la escena del muro, no puedo evitar recordar con extrañeza, mi primer amor adolescente, y las promesas gastadas a la Luna, la necesidad de hacer los momentos eternos y la imposibilidad de resistirse al sentimiento o esconderlo al menos; la llamada apremiante a ofrecerlo todo, a darlo todo y tenerlo todo, y el sentido de irrealidad que dejaba atrás tanta felicidad junta una vez se terminaban las noches o se colgaba el teléfono después de una conversación de horas.
He hecho mías en estas funciones las palabras de Julieta, y siento cercana a mi y a mi experiencia del enamoramiento, su duda que se ve empequeñecida frente al desbordante sentimiento, su entrega y su madurez, extraña en una niña de 14 años.
Siento que al menos en mí, la magia ha funcionado, la puesta en escena ha logrado su objetivo, ha contribuido a regar en mí las semillas de la autoobservación, me ha recordado una experiencia propia y ha ayudado a resignificarla; ha acercado a mi realidad las palabras de un inglés de hace 400 años que supo desentrañar la esencia del amor adolescente y que ahora resuenan en mi con gran poder evocador.

Heme aquí.

Heme aquí. Regreso del exilio porque el escritor que no escribe está condenado a ser personaje de la historias de otros y mi voluntad se resiente en la sumisión.
Mientras leía lo que escribí hace años, sentí como por primera vez entendí esas palabras. Ahora vivo el futuro que forjé en ese pasado. Repito en mi la historia de la humanidad, vivo la realidad que crearon aquellos que me precedieron.
Supongo que escribir ahora que tengo las cosas más claras es un imperativo ético y estético. una necesidad espiritual. Debo dejar salir todas mis historias sin juzgarlas y empezarlas a desplegar en el terreno de juego, es hora de volver a este blog, y de abrir otros espacios, en la vida real.
Mucho tiempo me quedé embelezado frente al abismo contemplando aquello que me veía en el espejo, es hora de volver a trabajar montado en el conocimiento adquirido, en la libertad conquistada, en los hombros de las batallas ganadas.
Mi voluntad es creadora, y no se subyuga ante las demandas de la realidad histórica que me condiciona, se rebela con poder aumentado luego de estar fortaleciéndose en las catacumbas de mi soledad.