Desde los pantanosos terrenos de la razón, señora regente, usurpadora del trono:
Elevo mi voz contaminada, contagiada de ciudad, de propaganda y control social, para limpiarla.
Mi voluntad, única, refulgente al sol, está dispuesta a dar la batalla por mi consciencia. Soy digno de mi.
La mesa está servida, durante años he alimentado a la bestia, me hice uno con ella y sus metas fueron mis metas, sus caminos mis caminos y sus pensamientos mi cárcel. Mi frustración el plato fuerte.
Al buscar una salida de la realidad consensuada no estaba huyendo de la bestia, le estaba buscando la cara para verla frente a frente, universo contra universo.
Llega el momento en que me pregunto si los hallazgos han valido la pena, si la soledad ha sido un precio justo por ganar mi derecho a desnudar mi rostro frente al espejo.
Luchar es perder el tiempo, el juego está amañado, si apuestas contra el orden imperante te conviertes en su servidor más fiel. Si miras desafiante en los ojos de la bestia te conviertes en un engranaje de su maquinaria. Escojo mirarla sin juicio en mis labios y asombro en mis ojos.
Erguido frente a los robóticos ojos, cubierto del asfixiante aroma citadino, contaminado por su comida y su mandato ponzoñoso, ejerzo con absoluta liviandad mi soberana voluntad.
Renuncio a luchar con mis pensamientos, los acepto todos como lo que son, vestidos prestados con los que tapar mi desnudez.
Saludo con placer desbordado la imagen desprovista de sentido, completamente inútil, inservible que me devuelven los ojos que son mi espejo; los callejones de la razón no son más mi tablero de juego. Renuncio al mundo para construirme un alma.
No reconozco enemigo alguno, soy todo lo que es.
Escojo jugar como niño, reir como niño y llorar como niño, cantar y bailar.
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