Salía de su casa como todas las mañanas, con la cabeza todavía medio embolatada en algún sueño febril. Esa mañana no desayunó y tenía prisa por llegar a la cita con la doctora, la médica más linda que había visto en su vida, se llamaba Ángela. Seguro los papás no tuvieron mucha imaginación para nombrarla cuando la vieron por primera vez en este mundo.
Ella era uróloga, y mientras le metía el dedo por el culo a Iván, este se perdía en la caricia de su otra mano en una nalga y en su acompasada voz dulce.
- No te duele ¿verdad? mira que esta vez usé mucho lubricante.
Luego de sacar el dedo y botar el guante, Ángela pasó a tomarle la presión. Iván aprovecho para perderse en sus grandes ojos celestes y en su pestañeo grácil cómo de mil velos saludando al viento.
- Bueno, tu presión sanguínea es normal. Ahora voy a revisarte el corazón.
Ángela se descolgó el estetoscopio del cuello, se lo acercó un poco a la cara para mirarse en él y pintarse los labios, se soltó el cabello y desabotonó la camisa de Iván. Le dió un beso en mitad del pecho y un sístole-diástole retumbó en las ventanas del consultorio, puso el estetoscopio en la garganta y escuchó con atención.
- Tu corazón también anda bien.
-Mi corazón si, pero mi alma parece que se perdió en un pozo sin fondo - dijo Iván mientras casi temblando mantenía la vista en los ojos más azules que había visto nunca.
Ángela sonrió, y eso fue demasiado para el pobre chico. Su corazón llegó hasta su boca y a punto estuvo de escupirlo a los pies de su doctora.
- No lo escupas al piso que lo ensucias y no es tan fácil limpiarlo después, cuándo se te salga póntelo en la espalda. Por cierto creo que estás listo ahora para cagarte en todo. Buena suerte con eso.
Ángela le guiñó un ojo, extendió sus alas y salió por el techo. Entre sus plumas largas se podía ver todavía un aparato rojo palpitando.
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