Tenía un pedazo de mierda pegado en el zapato, no se de qué parte del camino, apenas lo noté cuándo me hizo resbalar. Tuvo que venir del culo del mayor de los demonios, porque en cuánto la vi, me convenció de que era parte del paisaje, y que si estaba en mi zapato, alguna función en mi destino debía cumplir.
No era una mierda normal, aunque olía feo su aspecto era un tanto agradable, me pasé días enteros identificando de qué estaba hecha, y en qué difíciles situaciones o grandes aventuras se había visto inmerso el culo que la cagó. Habían hongos de más allá del valle, frutas de árboles extintos, raíces que sólo crecen en los pantanos de la locura, y pedazos de hierbas de distintos colores. Caminé con ella pegada a mi bota por varios días, se empezó a hacer amiga del barro de antes y del nuevo, se mezclaba con la suciedad de mis caminos, y a veces se quedaba de a poquitos vigilando la retaguardia. No la culpé de mis caídas en esos días, ¡Que ciego estaba! incluso llegué a sentirme orgulloso de llevar la marca de un demonio en mi zapato, su olor se empezó a confundir con el mío, y yo ya no podía decir qué parte de mi bota era mierda, o barro acumulado.
No entendía por qué dolían tanto los raspones, ni por qué eran tantas las caídas. Aunque no era un experto caminante, la mayor parte del tiempo me la pasaba erguido, era raro, pero no me detuve a pensar en eso mientras tuve la bota sucia.
Cansado de tantas caídas, y aburrido porque de tanto estar en el suelo no había vuelto a ver mi horizonte, decidí quitarme la mierda de la bota con mi bastón, cuándo lo hice, me di cuenta que muchos caminantes a mi lado tenían la misma mierda, y que se le seguía pegando a cuanto buen viajero se acercaba.
¡Que asco! no solo tuve una mierda en mi zapato, que me hacía resbalar, ¡tuve una puta mierda!
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