martes, 12 de marzo de 2013

Guerrero.

Las grandes llanuras verdes dan paso en el fondo a las montañas nevadas, esa es la pintura de su ventana, el sudor que cae por sus sienes y el palpitar de la sangre en sus oídos son el toque final para este principio asfixiante.
Fuera de la ventana no hay más huecos en la torre en la que está encerrado, es la única puerta, salida y entrada, mira al oriente y da la espalda al atardecer.
La decisión grita en su cabeza, la sangre hierve en sus venas, el aire envenena sus pulmones, que se tornan trompetas de guerra, las rodillas eclipsan todo el paisaje, no hay más que la contracción leve de los ligamentos dispuestos a entregar toda la energía posible.
Y en el momento, acompañado por la música acuciante de la respiración agitada, ¡El salto!
El choque del aire nuevo en todo el cuerpo, la expectativa en cada célula, y la caída, la imparable caída de todo lo que se esconde en una torre.
Es un guerrero, nunca lo supo, el guerrero solo se conoce en el presente, mientras cae y disfruta el vuelo.
En su mente el suelo empieza a cobrar forma, lo ansía, lo espera, lo desea, le teme. Pero no lo va a esquivar,  no tiene como, es imposible, eso lo convierte en guerrero, la certeza de que todo lo que tiene es el ahora para agarrarse.
El suelo no existe, si no se espera. Todo el tiempo en un salto, toda la vida en un grito.

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