Siempre que sentía la necesidad absurda de pensar prendía el televisor, era mejor entregarle la cabeza a un mal libretista que empezar a sentir el aire saliendo por todos los huecos del alma decía él. Yo nunca estuve de acuerdo, seguro porque soy un fanático del viento y los silbidos, de todas formas en esas noches me dedicaba a ser testigo de mis estertores, no era fácil contenerse o aplacarse hasta que las putas lágrimas, y digo putas porque con todas las penas se acostaban, marcaban el inicio del hastío total.
Generalmente cuándo llegaba a ese punto le apagaba el televisor y salía a fumarme el mundo en la terraza, a veces el mundo coincidía conmigo y empezaba a derramarse solo porque si, porque le daba la gana; Entonces me quedaba horas acostado boca arriba, tratando de ahogarme con las gotas... un día casi lo consigo pero al final un estornudo me salvó. No quiero hacer parecer que tengo personalidad suicida, de hecho nunca dejaría en mi mano cobarde la decisión de mi muerte. Lo hacía solo para burlarme de la incapacidad del mundo para llevarme de nuevo al lugar del que me sacó. Sabía que si yo no era capaz de hacer nada el mundo tampoco.
Cuándo empezaba a sentir tanto frío que hasta parpadear me dolía entraba él con una cobija, prendía algo de leña y cocinaba chorizos para los dos, a medianoche daba vueltas hasta quedar mareado y me quitaba la cobija para irse a dormir... La última vez que lo vi no dio vueltas ni me quitó la cobija, solo me dio un beso en la frente y se fue.
Siempre supe que el momento en que el televisor se dañara él se iba a largar tras mi mamá.
1 comentario:
Es algo que llamaría como "La Ciudad tras la lluvia de estrellas", el desvanecimiento excesivo
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