Entrar en ese manicomio era cosa seria. Había que empezar por una concienzuda visita al cementerio adornado por murales animados, no muy bien pintados, en los cuales los apóstoles hacían retroceder las aguas de la maldad una y otra vez, al pintor no le debió tomar mucho tiempo hacerlos sino sincronizar tantos movimientos.
Luego de la visita había que subirse en un bus junto con tu consciencia familiar más cercana, y coger un puesto para no viajar de pie en el largo trayecto dónde uno tenía todo el tiempo del mundo para pensar en la inutilidad del viaje y hasta de la vida. Al final uno se encontraba diciéndole a su propia consciencia: Yo no debería estar aquí.
Ya en la noche se debía dar un paseo familiar justo antes de que empezara a llover para poder escamparse en la casa de algún viejo compañero de estudio, hacer preguntas de rutina y comer galletas con coca-cola mientras llegaban varios invitados un poco indeseables de algún pasado cercano.
-¿Cómo está parcero?
-Bien, bien- había que responder con cara de pocos amigos para no entablar alguna conversación seria.
Cuándo ya estaba reunida toda la gente, el siguiente paso era introducirse a si mismo en alguna consola de vídeo junto con algún amigo en vías de extinción y jugar un rato.
Cómo por arte de magia, al siguiente parpadeo uno ya se encontraba en el ansiado manicomio, rodeado de unicornios bebes con muy buen humor y uno que otro centauro bebe medio emo con muy mal humor; dragones en etapa de desarrollo que tenían que ser encerrados en el patio y una que otra visión subreal de gente o cosas parecidas.
La noche llegaba rápido y con ella las ganas de salir del manicomio, por lo que al decidir salir, la encargada, de no muy buen genio, lo guiaba a uno desde la parte más interna hasta el patio donde estaban los unicornios felices junto a los centauros medio emo. Inmediatamente surgía la sospecha de si lo creían a uno loco y no lo dejaban salir, por lo que con alguna llave robada uno se apresuraba a abrir la puerta que creía era la de salida para encontrarse con un dragón adicto al cigarrillo dando vueltas en el patio.
- Por acá no es, sígame.
No habiendo más remedio uno seguía a la regente del manicomio para encontrarse en el patio exterior con los unicornios bebe felices y los centauros medio emo. Era tanta la alegría al poder salir de aquella prisión oscura al estilo de Mordor, que los abrazos no se hacían esperar; abrazos felices para los unicornios bebes felices y amagos de abrazos para los centauros bebe medio emo que salían corriendo y llorando cuándo uno se acercaba.
Al sarlir de aquél manicomio, medio Mordor, medio prisión de Azkaban, se encontraba uno con la parte más interna de algún supermercado, dispuesto a dar las buenas nuevas al amigo en extinción sobre la cordura libertaria recién adquirida, pero se le encontraba generalmente departiendo con algún ciudadano del mundo personal de no muy grato recuerdo, por lo que se le ignoraba. Luego pasando por la zona de juegos estaba el siguiente segmento del supermercado lleno de golosinas por el que uno tendía a pasar rápido para salir al fin a la parte más externa al lado de los cajeros y sellar todo el pandemonium trasero con una caja de colgate.
Eran raras las llaves de aquel manicomio de la trastienda...
Nota: Mis pesadillas suenan a chiste cuándo las escribo hahaha.
1 comentario:
lo bueno de ser un dragón adicto al cigarrillo es que nunca vas a tener que pedir fuego... o será eso lo malo?
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