Era de esperarse que no supiera describir el ambiente, acostumbrado como estaba a los pies ligeros de mi anterior papel, que, valga la pena decirlo, tenía la ventaja de tener un buen escenario.
Me resultaba frustrante sentir el espacio caliente y pegajoso de ese mundo en construcción. Aunque técnicamente podía volar en aquel entonces porque mis pies todavía tenían aquellas alas hechas de sol, no se habían dignado poner el cielo.
Todo era suelo, todo era tierra, ni siquiera tierra de esa negra que uno veía antes... ¡cuánto hubiera dado por un poco de arena movediza!... era un montón de vacío sin espacios, lleno de espacio justamente.
¡Imagínese usted que ahí tenía que caminar!, uno no encontraba por dónde porque para caminar se necesitan caminos y allá no habían. Tampoco había dónde poner un pie seguido del otro y así sucesivamente hasta que se moviera el piso, porque no había piso, y entre tanto espacio disponible uno corría el peligro de terminar vacío.
Me quedé un tiempo ahí, eso sí, me resultó muy difícil no pensar en caminos porque solo bastaba con eso para caminarlos de una vez, mientras tanto esperaba llegar ligero a entregar ese paquete que pesaba tanto. En lo que si me permitía pensar era en volar, no sabe que delicia era pensar eso y que tortura era no poder crear cielos; porque sabe una cosa, los dioses no funcionan en todo lado.
En todo caso, el asunto es que mientras llegaba a quién sabe dónde, quién sabe cómo, a entregar quién sabe qué, mucho tiempo pasó acá y cuándo regresé los Titanes se habían muerto de hambre y el Olimpo había desaparecido por un deslizamiento... todo porque Poseidón se cansó de vivir mojado y le dio por trastearse... y usted sabe cómo es la humedad en las construcciones, no respeta ni a los dioses.
2 comentarios:
Qué cosa más loca, me gustó mucho. Esos dioses se van devorando a sí mismos, y no son tan distintos a nosotros los humanos.
hurra
viva
recaspita
demasiada presion social
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