martes, 12 de octubre de 2010

La novela total

Tic Tac Tic Tac Tic Tac, 3 veces para espantar fantasmas.
Giros, Giros, Giros, 3 veces para ofuscar las palabras.
Comerse el pan de ayer para evitar el nuestro de cada día y así adelantarse al sol para robarle el placer de despertar primero y morir después.
Hizo todo lo que le dijeron, dirán algunos, hice todo lo que me dijeron dirán... dirán... diré. Uno no puede creer que los demás quieran que las cosas no salgan y por eso redactan los manuales de instrucciones mal, uno simplemente no puede darse el lujo de desconfiar cuándo va caminando a ciegas mientras voces de gigantes muertos reverberan descubriendo atajos y peligros... claro pero eso no lo saben los editores ineptos de esa editorial, ¿Cómo se les ocurrió creer que estaba bromeando?, pero bueno, eso nos pasa a todos los genios, primero somos rechazados. No importa. Yo se que lo que escribí es la novela completa, el libro perfecto... o sino que juzgue el lector:
    
Capítulo I

En un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme el coronel Aureliano Buendía había de recordar la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, Macondo estaba desordenado y vacío, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Bajó solo de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuándo llegó a los bosques surgió de pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para buscar raíces en el bosque, avanzó desde la salida de la escalera, llevando un cuenco de espuma de jabón, y encima, cruzados, un espejo y una navaja... elevó en el aire el cuenco y dijo: 
-¿Quién va?
-No, contéstame a mí. Párate y date a conocer.
-¡Viva el Rey!
-¿Bernardo?
-El mismo. Cuándo tenía seis años, vi una vez una imagen magnífica en un libro sobre la Selva Virgen que se llamaba "Historias Vividas". Representaba una serpiente boa que tragaba una fiera.
- ¿Encontraste a la maga? Tantas veces te había bastado asomarte, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai d Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río te dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts.