domingo, 15 de marzo de 2009

ángel


Se sentó a esperar que el mundo se repitiera, quiso participar como espectador esta vez, de nuevo todo igual, la misma trama, los mismos personajes principales, algunos nuevos secundarios; se cansó del juego del destino y quiso estar sobre él, volar sobre las nubes para que no le mojara la lluvia. Bajó la vista por mucho tiempo, impidiendo cualquier sentimiento, o emoción, sabía que en el momento que sintiera algo estaría perdido de nuevo. Se limitaba a ver el azul del cielo, las formas de las nubes que borra el viento, la distribución de los aires, los cambios de color en el atardecer, las bromas del sol a los sedientos, las gotas de agua elevándose por los cielos y reuniéndose en una orgía vertiginosa hasta volver a caer.

Miró de nuevo a los humanos, empezó con la  anciana que esperaba la lluvia todos los domingos después de salir de misa, siempre salía con su paraguas sin importar nada, se sentaba en la plaza a ver las palomas hasta que alguna gota de agua sonara en el impermeable, o que las cigarras anunciaran las estrellas. Siguió mirando, descubrió al profesor que se sentaba todas las tardes a leer los periódicos y recortar noticias que luego acumulaba en amplias carpetas, para que sus alumnos “conocieran el mundo”, amontonaba y amontonaba recortes que nunca mostraba a nadie.  Observó la vaga existencia del lechero, el policía, el cura y el alcalde, cada uno sumido en sus propias rutinas, cada uno pensando en que estaba haciendo lo mejor, todos caminando sin sentido, todos al servicio de un mundo que construyeron, los absorbió y los sumió en una esclavitud perpetua, víctimas todos de su propio invento.

Siguió repasando vidas ajenas, hasta que sus ojos lo llevaron de nuevo a los que no eran ajenos, a aquellos que guardaban sus pedazos, algunos con desinterés sin ni siquiera advertirlo, otros con devoción. Quiso pasar rápido la vista, pero se convenció de que mirarlos un rato no le haría ningún daño, solo quería saber como estaban.  Regresó a sus ojos, a los ojos que lo hicieron marchar, a esos a los que juró no mirar. No habían cambiado, aunque estaban sucios de polvo de los caminos, bajó a sus manos y las encontró cansadas, miró su boca y la encontró perfecta, por su cuello empezó a derramarse, y sus palabras brotaron de la garganta seca.

Su corazón volvió a latir, estaba perdido de nuevo.

El mundo siguió girando, esta vez él giró también.

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