Qué rico es sentirme fundido en la nada, como cuando me muero de repente un día, en ese preciso instante en el que abandono el cuerpo y dejo de sentir la sangre caliente derramándose en las baldosas de cuadros, ese dulce momento en el que se confunden los sonidos del silencio con los cantos etéreos. Todo se llena de azul, y se ve el aire azul que no respiro luchando por pintar mis pulmones, amarillos, de vida otra vez, y se ven los fantasmas azules que vienen a curiosear. Esos momentos de muerte y nada, en los que soy nada y me parezco a dios.
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