sábado, 23 de noviembre de 2013

Trampa.

Es absolutamente innecesario describirme.
Decir donde estoy y mostrar mis motivaciones coarta totalmente la libertad mía de mi, yo personaje y punto. No importa si soy bonito, feo, inteligente, sabio, bruto, acaparador, silencioso, inodoro, salado, amistoso, solo basta al lector saber que soy humano, y como humano soy todo lo que un humano pueda ser como mejor se le antoje. Lo único que importa es mi historia total y sincera, descarnada, en esencia, sin adornos, e importa porque yo quiero que importe, porque soy yo personaje quien imprime voluntad triunfante a yo trama. Y yo todo no hace parte sino de la enredada madeja de trivialidades inservibles con las que me visto porque me da la gana.
Así, porque si, porque no existe y es imposible encontrar tras el velo de lo real cualquier brillo que delate el oro del deseo puro. La motivación perfecta y esencial en su estado natural no es sino la mezcla de voluntades que se entretejen para formar castillos en el aire, castillos que son también aire.
Es mediocridad rampante, ausencia de posibilidad de descripción, alejamiento de los sentidos, disolución de testigo que sepa hablar, es ganas de no hacer lo mismo, de no seguir regla ni técnica para crear mi historia, ganas de contar un cuento que no se cuente, de escribir algo que no se entienda sino al sesgo. Enredar en la confesión del yo escritor la posibilidad de existencia real del pensamiento puro, desarraigado y etéreo, vaporoso, sin rumbo, inasible, intangible. Crear un hechizo, una sucesión de palabras altisonantes para internarse como leproso en tierra de leprosos, sin esfuerzo, rasgada la piel por el viento, arrastradas las heridas en una sopa de intermitencias aupadas en la consciencia del caos.
Sencillez, paso lento, seguro, fluido, corte mortal suave, imposible de sentir, total mimetismo con lo que se cree esperar, con lo que se quiere querer.

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