Me convierto en odre seco con el veneno sibilino de esa garganta podrida que me consume en su asqueroso gorjeo. Mil maldiciones no bastan para arrancarme las infinitas raíces encarnadas del pútrido aliento que envaina mi espada y dobla mi rodilla. Nombrarle es la trompeta de mi infierno, a marcha lenta supuran mis poros las odios milenarios del único desdichado.
Fuego, desierto, espina, sequedad, ardor que arde, sed de aire en el segundo agónico, sol de medio día sin nubes. ¿En dónde me escondo? a este desierto de espinas lo dejé sin techo, a merced de un clima caprichoso.
Piadoso eclipse. ¡Por favor!
No hay comentarios:
Publicar un comentario