1,2,3... 60, así pasan los minutos, de a segundos para no vivir el mundo o de a seeeguuunddooosss para burlarse del que se va muriendo poco a poco. Así también van las palabras surgiendo, haciendo de cada minuto una tortuoso eternidad engañosa o alguna realidad llena de colores, calores y sonrisas (o algún otro cliché medio evocador de buena vibra). El asunto es que no hay tema que tratar en lo que escribo aunque ahora me interese aclarar lo que creo, lo que siento o lo que experimento, pero no lo hago por la simple convicción de que el juego de palabras que me salga como manifiesto personal terminará más temprano que tarde convirtiéndose en una cárcel de aire.
Inconexo, desfasado, desconectado, caótico, así me dicta la voluntad escribir lo que sea, consciente ahora tal vez en mayor grado que antes de la inconsciencia, de la materia oscura que rodea ese pedazo de propiedad mía en el todo, ese yo infinitesimal, esa esencia inasible, innarrable, inexistente, holográfica.
Estos rastros de nada dejados por ahí rezagados, regados al azar para que cualquiera los encuentre y le digan algo, no quieren ser lo que son ahora.
Pero igual, creo que yo tampoco pedí nacer a mi eternidad.
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