Esa mañana se despertó sentado. Hacía ya dos semanas que se venía despertando de la misma manera, sin ninguna explicación que satisfaciera sus cuestionamientos. Advirtió que el reloj despertador no estaba en la mesita de noche, donde debía estar, escudriñó la habitación en busca del aparatejo y lo encontró bajo su cama, al lado de las arrastraderas.
Que raro, pensó, pero se convenció de que en la noche lo había tumbado de la mesita mientras dormía.
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