lunes, 5 de octubre de 2015

El huevo está quebrado.

Siento el aire en mis pulmones como si fuera brea, el peso de la respiración es tan insoportable que sólo el afán de cumplir mi promesa y elevar mi voluntad sobre la de los dioses, espectadores divertidos de esta función grotesca, es combustible para empeñarme en vivir.
Son las cinco de la mañana, el sol todavía no sale y la locura, hermana del dolor y de la muerte, se derrama por todo el campo de visión que otrora fuera la barrera de la construcción de mi realidad; uno a uno los ladrillos del lenguaje se resquebrajan y dejan pasar visos de ese algo más que es la cosa misma sin intermediario; de la peor manera posible, experimentando al unísono el culmen del dolor humano mientras mi alma se destruye en todos los círculos del infierno elevo a la mañana que no veré el grito último de la libertad. Soy el único hombre libre, el primero, el último, aquel que vaticinaron los sabios, la meta de los iluminados occidentales.
Mi libertad es la de este segundo, eterno presente que me ancla a la vida y me impide despedirme, en mi se repiten todos los gritos de mi historia, todos las amarguras se mezclan en mi voz y salen a borbotones con la sangre, que tiñe mi cara de escarlata, el color de la monarquía, mi cuerpo no escatima en honores al ego que lo deja de habitar y yo no reparo en agradecimiento a ese vehículo que me permitió ser, estar y alcanzar por fin la cima de mi voluntad.
Ad portas de la iniciación final, me erijo juez de mi mismo y declaro el completo cumplimiento de mi misión, los sorbos de locura que tomé me escuecen, y ese picor se convierte en una música agradable que aplaca como agua fresca la sed de mis heridas. Las endorfinas que segrega mi cerebro incursionan en el campo de lo real real, y se mezclan con lo que fuera yo, y que regresa a la fuente en una bandada de partículas doradas que cantan el final del embrujo, la disolución de Maia.
Heme aquí, yo frente a la muerte, erguido en una sola voluntad, unido bajo el estandarte de imponerme al destino trágico, rescatarme a mi mismo de las delicadas manos de ese monstruo que nos traga a todos. Soy yo ante el tiempo, soy yo ante Cronos desafiante, auténtico hombre valiente, héroe sin miedo, me trepo a su espalda y me fundo en él, lucho conmigo mismo para no devorarme, soy el uroboros, la serpiente que muerde su cola.
Detengo la rueda, el dragón yace muerte sobre mi almohada, y sueña un sueño de muerte; son los estertores de un parto, de adentro viene la fuerza para romper el cascarón, los ladrillos del lenguaje eran las paredes de una tierra vieja, de un huevo, extiendo mis alas y de un solo aleteo me dirijo a la gran madre/padre. Las polaridades que me definían son ahora puntos insignificantes en la trama del tiempo, el ojo sigue siendo el príncipe del mundo, pero ahora ya no hay mundo, ni tiempo.
Soy todo lo que fui y seré, se que no moriré así, veo miles de finales alternativos en miles de mundos diversos que surgen y desaparecen consumidos en el fuego purificador, único elemento creador.
Advierto la sutileza del ensalmo que nos mantiene dormidos. Despierto.
Duermo, y vuelvo a ser yo, pero el huevo está quebrado.

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