De los poetas menores en las antologías aprendí que el olvido no existe.
De Borges se que alguien ve una lámpara en el desierto.
Evocaciones de humo y cantos de Djinn perviven lo cerrado.
Adornos nada más, en un cruce de candados, son mis conjuros de tinieblas.
Ese mar que no conozco rebosa copas en el brindis de lo perdido,
pretendo ser río ancho en un cielo azulado, sólo por huir de ser vía láctea
en el espacio vacío y oscuro.
Pero las estrellas no conocen los peces, ni las arenas lo alto,
la esencia prima no ve en lo otro sino con sus ojos,
la hondonada es simple valle para la flor de un cactus.
Cayó en desgracia la luna cuando quiso ver colores, no hay
nada allá afuera que perdure mientras un otro lo mienta,
a las carretas los caminos y a los caminos el polvo.
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