Carlo era un vago para el mundo, el caminante sin sombra cuyo fin es el camino, Ángel lo sabía y conocía bien que sus intenciones no eran las que el mundo esperaba.
En el camino al hangar Ángel pensaba y reprochaba para si la actitud irresponsable de Carlo, no podía entender cómo siendo heredero de la lucha, el portaestandarte natural de la resistencia, negara su responsabilidad y se desligara de los asuntos del mundo de una manera tan despreocupada.
Pero si Carlo no quería tomar acción, al menos él si lo haría, era Ángel el que se encargaba de no dejar que la llama se apagara, sus publicaciones aparecía en los diarios de las principales ciudades bajo diferentes seudónimos, era un poeta nato, hundido en el estanque de sus inspiraciones súbitas, sus letras siempre llevaban la intención de despertar, eran mensajes velados para el común de la gente, eran dirigidos especialmente a los que buscaran específicamente orientación e información de la resistencia o a aquellos a los que el azar les revelara algo en su propia búsqueda de la verdad.
Era entonces el oficio de Ángel el de mensajero, más no el de líder.
- ¿Cuándo vas a aceptar tu camino?
- Yo soy mi camino... mira la ciudad, se me antoja quedarme esta noche, hay un conciertazo que no me quiero perder.
- !No jodás¡ no te vas a volar malparido que no quiero que nadie me joda esta semana, tengo mucho que escribir.
- Bah... igual algo lindo debe haber tras las montañas, seguro allá también me divierto... deberías dejar tanta maricada e ir conmigo en vez de ponerte a escribir güebonadas que nadie entiende.
-Ay, mirá, mejor no hablemos de eso... algún día vas a tener que crecer niño güebón.
La caravana en la que iban llegó a su destino, el avión ya estaba listo para partir.
Todos los que viajaban miraban a los recién llegados, a Carlo parecía divertirle la sensación de que todo el mudno estaba esperando que hiciera algo.
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