Caminos interminables cruzan los altos edificios de la urbe, olores agrios se pelean por contaminar los sentidos, nuevos sonidos de bestias maquinales arañan mis oídos, vientos cortantes y helados inhiben el tacto dormido. El hombre se pudre en sus construcciones, construye tristeza sin cielos y amores sin besos.
Pienso en las cosas del mundo con la seguridad de que no necesito pensarlas, pero aún así mi mente naufraga en las cloacas junto a las caras de Benjamin Franklin. La culpabilidad asalta en los resquicios invisibles de las alcantarillas forzándome a sacudirla de mis hombros como a la caspa, con un movimiento impulsivo, con los pies en la mierda y la mirada en la luna.
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