sábado, 4 de abril de 2015


ÚLTIMA FRONTERA.

Salpica sus recuerdos con fantasías, como todos los días laborales desde hace dos años, cuando los trancones lo bendicen con el tiempo necesario para hacer nada. Santiago agradece el tráfico de las seis de la tarde, con sus sonidos estridentes, con las caras de los demás conductores retorcidas en el mismo gesto de enojo mientras lanzan manotadas violentas contra el volante. Le parece estar inmerso en el set de una gran película, en el momento en que los extras ensayan las acciones que un mal coreógrafo les marca.
Él no se siente tan ajeno al resto, intuye que también interpreta un papel, ni mejor ni peor que los demás; en cierto momento, tras la espera, y perdido en un soliloquio, logra abstraerse del ruido, de los viejos asientos del carro, del sonido de la radio, de las sensaciones asfixiante del centro de Medellín y suelta las amarras de su camino de pensamiento, no sabe cómo lo hace, pero cancela el tiempo, las imágenes de su mente se transforman en una menuda lluvia que atraviesa el conjunto de su visión y abandonan su nombre. Sus recuerdos y fantasías desbordan las barreras que los hacen pertenecer a realidades diferentes, y se funden en una sola idea, sus sensaciones pasan a ser algo anterior a sí mismas, y se descubre tras la máscara de conductor que usa ese día.
Cuando regresa de ese viaje inefable, el olor del asfalto mojado lo golpea, el trancón empieza a disolverse, de nuevo vuelve a llamarse Santiago, y en su nombre se sujetan con firmeza su historia, sus sueños y su destino. Los pensamientos atacan por todos los frentes, y recuerda que esa misma noche tiene que salir del país.
La película que ha estado rodando su cabeza por tres semanas regresa con fuerza de estreno: el tiquete del viaje, la visa, los papeles listos en el comedor, y las maletas que huelen a nuevo, le esperan en casa para ayudarle a cumplir el sueño de recorrer las mismas calles que caminó Shakespeare. Acelera y trata de sortear los obstáculos para llegar rápido, con la intención de despedirse de sus amigos en Facebook, anotar sus últimos pensamientos en Colombia, y alardear un poco de su buena fortuna de nuevo.
Una vez frente a su laptop, con un café con leche y tostadas con mantequilla en su mesa de estudio, se conecta, y se ve sorprendido por la gran cantidad de notificaciones y mensajes privados que saltan a sus ojos, se aterroriza al leer el contenido en su muro: cartas de despedida y manifestaciones de dolor y sorpresa por su repentina muerte, esa tarde en el centro de Medellín.

Impactado por la noticia, se deshace en letras, busca un lugar del que colgar su historia, sus sueños, su buena fortuna, hace una venia de despedida y va a la tras-escena.