La vaca había muerto hacía apenas unos dos días, y las cosas en la casa no andaban bien. No había leche, y en verdad la pereza me impedía salir a comprarla o pedirla a algún otro, claro que tampoco sabía si algún otro estaba todavía por ahí.
No había quesito para el desayuno, ni aguapanela con leche, ni siquiera crema para la arepa. Sin posibilidad alguna de encontrar una solución que no implicara entrar en contacto con otro, me obligué a no echarle leche a nada.
Extrañaba la nata en el café, pero con otro uno nunca sabía a qué atenerse, lo único seguro era el miedo, y el miedo siempre inicia un juego, y en el juego uno no sabía si iba a decapitar o ser decapitado, y para ser francos, la sensación de tener una cabeza por ahí rodando es bastante vertiginosa, por no decir más.
Además eso de ganar o perder lo mantenía a uno muy ocupado y lo alejaba de las cosas realmente importantes, como por ejemplo el idioma de los gatos, o el tiempo de las plantas, o simplemente encontrar nada.
Una vez recuerdo que encontré a otro y le pedí una o dos cosas diferentes de las que yo tenía, pero el intercambio no resultó para nada como esperaba, al traerme las cosas de otro a mi casa, me di cuenta que me traje también un pedazo de otro a vivir conmigo, y durante un largo tiempo no pude desprenderme de la sensación de que ahora otro y yo eramos uno. Fue horrible. Además todavía tengo resaca del juego que le gané para poder traerme las cosas.
Fue la única vez que me crucé con otro, y todavía tengo la sensación que por pedirle alguna cosa diferente a la que yo tenía, me convertí en él.
Ahora que se murió mi vaca, no se si deba atreverme a pedirle leche a otro, creo que mejor ordeño mi cabra.