viernes, 30 de noviembre de 2012

De un personaje en construcción.

Falta poco, intento salir de las apretadas piedras negras que me dan forma, siento el aire, pronto naceré para siempre.
La pluma que me dará vida espera en su robustez incompleta, mis compañeros también sienten cerca la existencia, desesperan por el primer suspiro, anhelan ver los trashumantes ojos del peregrino que los descubrirá. Es extraño, excitante, nacer siendo adulto, justo como el doctor Faustroll, ya está en mi lo que siempre estará.
Diviso en las sombras mi cuerpo, una silueta que me pertenece desde hoy, mis manos tan mías, tan de todos, tan ladrillos del mundo y tan poco cuajadas, tan inmateriales e imperecederas. La esencia de la inmortalidad corriendo por mis venas desde mi corazón fantasía, escápula, cráneo de hueso y temporal de papel. La repetición de una historia, fractal imposible del asunto completo.
Yo soy. Mi existencia nebulosa no califica como tal, en si misma es, no hay cualidad alguna que pueda disminuir la santidad del momento este que no cabe.
Mi nacimiento en este mundo, será el ruido de fondo de la historia.
Profeticé mi propia existencia, llamé en la árida arena arácnidas animas, arañadas las ambiciones ambiguas del artista artero, ateo, astuto, aro asintoide tejedor invisible de la historia húmeda, bóveda benéfica, bastarda, bienhecha y bienhechora, bastión, bastón banal, berrido bruto que crea sin concebirse asi mismo creador, completo y certero caballero castrense constructor de cercas negras.
Saboreé el mundo.
Me lo quiero tragar.

jueves, 15 de noviembre de 2012

El Espejo del amor (Alan Moore)


EL ESPEJO DEL AMOR

Incluso antes de llegar a tierra firme
hubo un tiempo en que las cosas
se amaron libremente,
ignorando su género.
El deseo ciego
transformó el limo en peces,
a los peces en simios
por medio del sexo:
glorioso motor de la vida
batiéndose en el légamo.
Los animales no olvidan:
los delfines aún alternan sus emparejamientos
con su propio sexo
y con el opuesto,
el eco de sus éxtasis
se escucha en la distancia.

Ya en la tierra,
las primeras sociedades,
grandes manadas de hembras,
criaban juntas a sus camadas,
sin machos,
pues su papel en la reproducción
era desconocido.
Las mujeres se lamían
y se acicalaban entre ellas,
mientras los hombres las miraban,
dando vueltas y vueltas a su alrededor…
En el principio, por tanto,
hubo tres millones de años
de maternidad.

El Verbo
vino después,
y el verbo
fue poder,
fue patriarcado:
los hijos primogénitos
se retorcieron en los altares
de un dios padre.
El verbo
se hizo ley:
en Sumeria
a las mujeres
que se burlaban de los hombres
les rompían los dientes
con ladrillos quemados.

La ley,
una vez concebida,
se aplicó a todo.
El Levítico condenó
casi toda práctica sexual
por abominable,
incluyendo aquella
entre dos hombres.
Se concibió así
para relegar a los cananeos
cuyos sacerdotes
practicaban la sodomía.
Si en vez de esto
hubieran sido caníbales,
qué distintas serían las cosas.

Jadeamos
sobre las playas del Devónico,
nos arropamos
bajo estrellas neolíticas.
Escupimos sangre
entre dientes machacados
manchándonos mutuamente
al besarnos.
Siempre hemos amado.
¿Cómo no iba a ser,
si te pareces tanto a mí
cariño mío,
y sin embargo eres diferente?

Amamos
mientras las grandes
culturas mediterráneas
florecían
sin inquietase en absoluto
por sus impulsos homoeróticos.
Considerando civilizado
el amor entre hombre y efebo,
griegos y romanos
lo convirtieron
en sello de clase y rango
dentro de su esmerada
estructura de poder.

El ejército espartano
quiso ir más lejos,
impuso el amor entre hombres,
para producir soldados
que defendieran
en la vanguardia
a sus amantes
hasta la muerte.
Exigiendo crías más fuertes,
entregaban los infantes
de vuelta a la naturaleza:
sobre todo a las niñas.
Quizá por esto,
cuando Roma los invadió
tan solo quedaban
dieciséis espartanos.
Dejando a un lado a las tropas
travestidas de Corinto,
esta costumbre
era única.
Fuimos creadores.

Homero anheló en verso
abrazar la sombra de Aquiles
mientras que en su isla,
la exquisita Safo,
evocó la mirra
vertida sobre la cabeza de su amante,
y a muchachas sobre suaves lechos
con todo lo que más deseaban
a su lado.
Mas esta tolerancia
no pudo resistir
el avance de la cristiandad,
que ignorando el amor de Cristo
por los desheredados,
optó en su lugar
por la severidad moral.

Definiendo el sexo como algo vil,
un obstáculo contra la fe,
San Pablo llamó
por vez primera
al amor hacia el sexo idéntico,
pecado.
Ah, pecado.
¿Fue ese el nombre
de un beso robado
tras los escudos de guerra
que se entrelazan?

¿Fue el pecado
lo que hizo
a Safo llorar
y escribir:
“no he tenido
ni una palabra de ella”?
Con las manos manchadas
de sangre de recién nacidos
vieron nuestro amor
y lo llamaron pecado.
Santo Tomás de Aquino,
allá por el siglo trece,
puso en orden
los grados del vicio,
incluyendo la copulación
con el sexo indebido.

Puesto que en la Edad Oscura
pronunciamientos como esos
eran rutinariamente
convertidos en ley,
hubo hogueras,
decapitaciones,
cuerpos retorciéndose
lentamente en la brisa.
Aunque ahorcar a alguien
solo por sodomía
era infrecuente, cargos así
añadían lastre a las venganzas.

Los Caballeros Templarios
acusados de sodomía,
habían presionado
a Felipe de Francia
por deudas
que no podía pagar.
El Papa,
a su vez deudor de Felipe,
ordenó la persecución
de los Templarios.
Entonces, como ahora, nuestro amor
fue convenientemente usado
como calumnia.

Al florecer el Renacimiento,
las ciudades resurgieron gradualmente,
y en sus callejones
brotó nuestra subcultura,
como un pálido capullo
que sólo se abre de noche.
A pesar del salvajismo eclesiástico,
un clima social mejor
convocó
una vez más
a nuestra Musa.

Así, Miguel Ángel
miró a lo alto
de un repleto cielo sixtino
y le dijo a su querido Tomasso
que aunque la ignorante
y malvada turba fuera ajena
al que siente,
no hay voluntad
que pueda plantar coto
a nuestro amor,
a nuestra fe,
a nuestro honesto goce.

¿Cómo pudo saber
allí con su paleta
creando el cielo
desde un infierno
restringido e incómodo,
con su cincel temblando
a punto de liberar
de la fría piedra
el hombro de David?
¿Cómo pudo saber
qué infortunios guardaba el futuro
cuán repugnante su voluntad?

Mi amor,
la ignorante y malvada turba
está con nosotros, con nosotros aún.
El siglo dieciséis favoreció
que los hombres se travistieran
en papeles de mujer,
forjando un vínculo
entre nuestra cultura
y el teatro
que perdura
hasta hoy en día.

El dramaturgo más grande de aquella era,
en sonetos dedicados
a su benefactor,
el señor W.H.,
proclamó su amor
con mayor repique
que el que usó para anunciar
la ruina de dinastías.
Con el tiempo, una “amistad” así,
apasionadamente expresada,
se hizo costumbre,
y la sociedad, sin tener
gran deseo de castigar
lo que era entonces
algo común e inofensivo
sin tener una palabra

para definir la homosexualidad,
pudo correr
velos platónicos
sobre nuestro amor
y mirar hacia otro lado.
Nunca fue más evidente
que con las Damas de Llangollen,
dos mujeres que vivieron
juntas sin ocultarse,
en excéntrico aislamiento,
objeto de sospecha,
pero también de fascinación.

Divertidas en sus iras,
y amantes de lo pintoresco,
esparcían capullos de rosa
alrededor de su alquería,
prohibiendo la entrada a Wordsworth
cuando las menospreció en verso.
Sin ellas,
Se empequeñece la historia.
Crecimos, pero en la oscuridad.
Emily Dickinson describió
el pecho de su amante
como perfecto para las perlas,
nadie leyó sus palabras
nadie escuchó su voz
hasta que estuvo muerta.

Entre sus muchachos bronceados por el polvo,
Walt Whitman soñó
una nueva Ciudad de los Amigos,
construida con miradas tiernas
en el tumulto de los jornaleros.
.
Y así Shakespeare mojó una pluma
en su alma afligida,
mientras Eleanor y Sarah
despedían a sus sirvientes
y clavaban poemas en los árboles.
Sobre el corazón puro de Emily,
el peso de su amante una noche…

¿A quién le importará, amor mío?
¿Quién cuidará
de gemas tan frágiles como éstas?
Solo en las culturas ilustradas
pudimos respirar:
El salón de Natalie Barney
entretuvo y escandalizó:
Gertrude Stein tomaba el té
Y Mata Hari, desnuda
montaba sementales enjoyados.

Insolente Natalie,
que espoleada por Reneé Vivien,
se despachó en un ataúd forrado de satén,
a la puerta de la poetisa,
mientras París sonreía.
En otro lugar,
Leipzig, 1869,
un tal K. M. Benkert
hizo por vez primera
alusión a la “homosexualidad”.
La opinión de la Inglaterra industrial
de que todo debía ser
explicable por la ciencia
indujo a los doctores

a declararnos
mentalmente enfermos,
ni amigos
ni pecadores
después de todo.
Las tabernas,
donde se daban encuentro los invertidos,
quedaron sacudidas por el viento.
El clima había cambiado,
como descubrió Oscar Wilde a su pesar;
demasiado propenso
a los mozos proletarios
y a irse de cena con panteras.
El padre de su amado, un marqués,
lo denunció por sodomita.
Querellándose imprudente por calumnias,
Wilde fue puesto en evidencia,
condenado a la cárcel de Reading,
para exiliarse después en su desgracia.


La era terminó
y los noventa malva de Wilde
encanecieron,
aunque contuvieron las semillas
de algo digno y humano:
Desde Alemania,
antes del fin del siglo,
llegaron las primeras protestas
contra las leyes de sodomía.
La emancipación había comenzado.

Qué tiempos aquellos
nacidos con los cañones de Tchaikovsky,
que no pudieron ahogar
los susurros de su corazón.
Qué tiempos aquelos,
que se clausuraron
con nuestros primeros,
titubeantes pasos
hacia la libertad…

Y marchè
como amè, querido mìo,
contigo,
siempre contigo.
La dignidad marchò
de la mano de la vergüenza.
Descalificados para amar libremente
nos citábamos en medio de la inmundicia:
era lo único que se nos permitìa.
Nuestra cultura,
que adoptò a Colette,
quien escribía tan perfecto
el nombre de Missy
en la pulsera de su tobillo,

también llegó a conocer
pasillos oscuros:
apestosos urinarios,
que nos recordaban
a pesar de nuestra ternura,
nuestra equivalencia
con la mierda.
Irónicamente, la Primera Guerra Mundial,
permitió una nueva forma de intimidad:
los jóvenes vivieron
y murieron juntos
en el barro extranjero.

Allí, Wilfred Owen
le dio a su amado un soneto
y una chapa de identidad,
y le pidió a su corazón que la besara
con sus latidos, día y noche,
hasta que el nombre se desgastase
y desapareciera.
Por desgracia, la guerra trajo
no solo camaradería,
y en la derrotada Alemania
la mutiladora deuda
fue el humus
del que flores fascistas
brotaron con horror.

Hacia 1933, ya éramos
objetivos para el Reich
pero no podíamos sospechar todavía
lo bajo que estábamos por caer.
En mataderos,
etiquetados con triángulos rosa,
morimos a millares.
Dicen que las duchas
contenían cuerpos amontonados
como si los más fuertes y abatidos
hubieran trepado a las espaldas de sus amantes
para escapar del gas,

traicionando así, en el último momento,
nuestro amor,
la única cosa que creímos
que no nos podrían quitar.
¿Puedes imaginártelo?
¿Puedes?

No llores, cariño mío.
Fue tan sólo un sueño
una pesadilla engrendrada
en el ceño del siglo,
y si regresa de nuevo
te abrazaré hasta el amanecer
lo mejor que sepa.
Mientras amanecía en Europa
las tropas regresaron,
trayendo consigo algunas
formas nuevas de vivir,
para asentarse en Barbary Coast,
en Portsmouth
o en Nueva York.

Nuevos mundos
parecieron posibles,
y Ginsberg aulló
contra un estado
que nos llamaba
comunistas,
no satisfecho con marcarnos,
como si fuéramos ganado
con la palabra “enfermos”.
La Sociedad Mattachine
el primer grupo
gay de Norteamérica
se formó en 1950,
seguido por

la comunidad femenina
de las Hijas de Bilitis.
A su vez, Inglaterra
fue testigo de campañas
a favor de los derechos de los homosexuales,
mientras Orton escribía
sobre muchachos oscuros
con una nueva
y peligrosa
moral.

En 1967,
Gran Bretaña legalizó
el acto sexual consentido
entre varones adultos,
mientras que gradualmente
a lo largo de Norteamérica,
los estados comenzaron
a modificar
sus leyes.
Aunque todavía acosados
nos sentimos jubilosos,
el primer peldaño
de nuestro ascenso,

alcanzado.
Nos zambullimos
en las piscinas de Hockney
y bailamos con la banda
de Brian Epstein.
El viernes,
27 de junio de 1969,
una redada policial rutinaria
en el bar Stonewall Inn
en Greenwich Village
fue el detonante de las revueltas
de las que surgió
el Movimiento de Liberación Gay.
¿Fue la muerte de Judy Garland
o tal vez cinco mil
años de historia
la que nos lanzó
a las calles
para incendiar la noche
con nuestra rabia?
¿te acuerdas de cómo corríamos
en medio de bidones de basura en llamas,
cogidos de la mano,

riéndonos aún más alto
que las sirenas,
sintiéndonos puros y sin miedo a nada?
Sabíamos
que la libertad
podía lograrse,
que nada
podía evitarlo.
Estábamos seguros, mi amor.
Estábamos tan seguros.

Eso fue antes del virus.
El SIDA lo cambió todo.
Aunque al principio
afectó a los heterosexuales,
que eran nueve de cada diez
contagiados en todo el mundo,
la Iglesia y la prensa
hablaron de una “peste gay”.
Y a nosotros, que tan cerca
estábamos de ser reconocidos
como plenamente humanos
nos convirtieron, en cambio,
en el hombre del saco.

Una tragedia humana
dio licencia para el fanatismo,
hubo policías que afirmaron
hablar en nombre de Dios,,
al describir a personas
que tenían el SIDA
como culpables de revolcarse
en su propia mierda,
mientras el Consejero Brownhill,
un conservador,
recordó una anterior
solución final
y propuso
“gasear a los maricones”.

Y Margaret Thatcher
elogió su actitud.
Permitió que una propuesta
se aprobara como ley,
que su ministro
del gobierno local
describió como
destinada a borrar
todo rastro
de la homosexualidad:
el mismísimo acto,
todas las relaciones gays,
hasta el concepto abstracto
desaparecería,
una palabra arrancada
del diccionario.

¿Seremos chivos expiatorios
como hicieron de los templarios,
cananeos y judíos,
u obligará el SIDA
a abandonar todo prejuicio,
todo silencio furtivo sobre el sexo,
para salvar sus propias vidas?
¿Cuándo nos aproximemos
al futuro
divisaremos en el horizonte
las torres de Utopía,
a las chimeneas
de los campos de exterminio?

Mi amor,
ojalá lo supiera.
mientras duren nuestras vidas, nos amaremos,
y después,
si lo que dicen es cierto,
que se me niegue un cielo
repleto de papas,
policías y fundamentalistas,
que yo en cambio arderé,
muy feliz,
con Safo, Miguel Ángel
y contigo, mi amor.
Arderé la eternidad entera
contigo.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Viaje descualquierizante de LSD


No voy ni a tratar de reconstruir el vuelo, solo voy a transcribir tal cual lo que escribí.
Salí buscando ideas al aire… y eso tuve jajaja
:D jaja y ahí va todo...

1. No cargar papel sobre el que no pueda escribir.
2. Lo malo de cuando te das cuenta que nada tiene sentido es que también descubres que nunca tuvo por qué haberlo tenido.
3. Todos mis personajes se preguntan si sería mejor ser todos mis escritores.
4. Todos mis personajes se preguntan por el “Cómo vivir” de los demás personajes. Cuando todos los personajes se dan cuenta que andan viviendo según el “Como” de uno que tampoco sabe, se descualquierizan.
5. Venimos de la selva jugando a escuchar a otros que siempre han jugado con nosotros, desde el principio hacemos todo lo que decimos y decimos todo lo que hacemos porque hacer y decir es lo mismo.
6. Nuestra realidad está hecha de palabras.
7. Todos somos niños. ¿Cuánto tiempo llevamos jugando? Por siempre. Jugando a seguir y ser seguidos. A que te cojo la cola.
8. Somos la humanidad, salimos de la caverna. Ya no queda nada que proteger, todos nuestros cimientos han sido destruidos por el ataque constante de todos los peores males. (hipermegarsupermales)
Y todas nuestras bases han sido bendecidas por un miliuverso de lágrimas.
Ya sabemos que le mal nos hace ver mal y el bien nos hace ver bien. Ahora… ¿Para quién hay que lucir el vestido?
Entre nosotros es el peor de los peores y tras él va el mejor de los mejores y no hay uno tan malo ni uno tan bueno como lo que somos. Venimos persiguiéndonos la cola.
9. Todo afuera peligroso, todo adentro seguro y así nos fuimos persiguiendo la cola.
10. Nuestra arma es nuestra voz, lo que hacemos lo decimos, lo que decimos lo hacemos, la palabra nos RECREA. Ring! Nuestro mundo es un juego de palabras.
11. Acá estamos, no sabemos y ya entendemos que no necesitábamos saber. Subimos miles de pirámides, nos decapitamos para llegar acá a decir que estamos igual que al principio.
12. ¿Y Ahora qué? ¿A quién le estamos hablando?
13. Somos niños sin regla que llegamos a descualquierizar.
14. Cual-quiero… Cualia-Eros.
15. Al que le venga en gana.
16. Hacemos todo lo que vemos y vemos todo lo que hacemos.
17. Afuera información, adentro información, somos información, la pregunta no es qué informamos o cómo informamos sino para queién informamos… ¿otra vez te persigo la cola?
18. Somos los descualquierizadores que no quieren saber que hicieron. Somos testigos de nuestro propio juego.
19. No somos el único universo, hola, soy humano, y tú ¿quién eres?
20. ¿Defendernos de qué? Lo de afuera, y ¿qué hay afuera? Nosotros, ¿Y adentro? Nosotros. ¿Y entonces? Ni idea.
21. Soy el universo humano y todo lo que hay en mi es dicho y hecho. SOY, decir y hacer mi sello. Mi nombre es humano digo y hago.
22. Todo lo que es puede ser, implicando el inverso, no ser. La nada implica al es, y el es implica a la nada.
23. Somos, estamos siendo, somos testigos, la novia, el padre y los invitados a cual-quiero novio estamos esperando? Estamos listos, ya jugamos, ¿qué sigue? Ya sabemos que no importa el tiempo más de lo que importamos nosotros.
24. ¿Y si vamos a la guerra, y si nuestra arma es decir y hacer y con eso descualquierizamos? ¿Nos volveremos a perseguir la cola?
25. Estamos y seguimos siendo, bailamos, cantamos, hacemos, decimos. Ya nos conocemos, no había nada por conocer.
26. ¿Para dónde seguimos? No hay dónde en todos los cuándos, ya sabemos, somos maestros de la palabra… y hacemos.
27. Hacemos, decimos, cualificamos, queremos, somos cualquiera.
28. Somos todo lo de adentro, abarcamos todo lo de afuera, ¿hay algún cualquiera diferente a lo qué es?
29. La humanidad es un niño que sabe decir, hacer y cualquerer porque aprendió no sabiendo. ¿Hay otro niño?
30. Somos el escritor que se escribe, ¿hay algún otro que nos quiera leer?
31. Todo esto ya se dijo y se refutó y se volvió a decir.

Adjunto un autorretrato jajaja

Esto aparte:
1. La publicidad es pura magia, siempre enfocada a tu niño, tu niño no sabe nada pero quiero todo lo hiper mega super grande.