viernes, 11 de noviembre de 2011

Era otro día.

Amanecía, la niebla, que horas antes había ocultado hasta los techos más cercanos, retrocedía y dejaba estampado en el aire un color rojizo. Afuera iba existiendo de a poco, la realidad ganaba ventaja centímetro a centímetro y las tierras cubiertas de otros mundos se rendían ante la aplastante contundencia de las leyes naturales. La verdad que era adentro y la verdad que era afuera se saludaban en infinito reconocimiento, otra batalla se ganaba, la lucha seguía.
En la habitación, las huellas de un suicidio, de esos cotidianos, contaminaban el momento de un nacimiento, de esos de todos los días, esta vez no había lugar a la duda, las mismas botas grises llenas de barro custodiando las paredes a discreción, las sábanas arrugadas y corridas en la cama del que murió ayer, las ropas que heredarán los nuevos y que seguirán usando los viejos desparramadas con desinterés en donde tuvieron chance de caer. Era otro día.
Los colores también parecían despertar en cada esquina, no había razón para no dejarse ver de nuevo, el sueño ausente seguía en rebelión y el llamado del espíritu ensordecía lo demás.
El mundo se levantó pero era otro día.